Thursday, October 6, 2016

DEBERES MORALES DEL HOMBRE

DE LOS DEBERES PARA CON DIOS

Basta dirigir una mirada al firmamento, o a cualquiera de las maravillas de la
creación y contemplar instante los infinitos bienes y comodidades que frece la tierra, para
concebir desde luego la sabiduría y grandeza de Dios, y todo lo que debemos amor, a su
bondad y a su misericordia.

En efecto, ¿quién sino Dios ha creado el mundo y gobierna, quién ha establecido y
conserva es. orden inalterable con que atraviesa los tiempos la masa formidable y
portentosa del Universo, quién vela incesantemente por nuestra felicidad y la de todos los
objetos que nos son queridos en la tierra, y por último quién sino Él puede ofrecernos, y nos
ofrece, la dicha inmensa de la salvación eterna? Sómosle, pues, deudores de todo nuestro
amor, de toda nuestra gratitud, y de la más profunda adoración y obediencia; y en todas las situaciones de la vida en medio de los placeres inocentes que su mano generosa derrama en el camino de nuestra existencia, como en el seno de la desgracia con que en los juicios inescrutables de su
sabiduría infinita prueba a veces nuestra paciencia y nuestra fe, estamos obligados a
rendirle nuestros homenajes, y a dirigirle nuestros ruegos fervorosos, para que nos haga
merecedores de sus beneficios en el mundo, y de la gloria que reserva a nuestras virtudes en
el Cielo.

Dios es el ser que reúne la inmensidad de la grandeza y de la perfección; y nosotros, aunque criaturas suyas y destinados a gozarle por toda una eternidad, somos unos seres muy humildes e imperfectos; así es que nuestras alabanzas nada pueden añadir a sus soberanos atributos. Pero El se complace en ellas y las recibe como un homenaje debido a la majestad de su gloria, y como prendas de adoración y amor que el corazón le ofrece en la efusión de sus más sublimes sentimientos, y nada puede, por tanto, excusarnos de dirigírselas. Tampoco nuestros ruegos le pueden hacer más justo, porque todos sus atributos son infinitos, ni por otra parte le son necesarios para conocer nuestras necesidades y
nuestros deseos, porque El penetra en lo más íntimo de nuestros corazones, pero esos
ruegos son una expresión sincera del reconocimiento en que vivimos de que El es la fuente
de todo bien de todo consuelo y de toda felicidad, y con ellos movemos su misericordia, y
aplacamos la severidad de su divina justicia, irritada por nuestras ofensas, porque El es
Dios de bondad y su bondad tampoco tiene límites. ¡Cuán propio y natural no es que el
hombre se dirija a su Creador, le hable de sus penas con la confianza de un hijo que habla al
padre más tierno y amoroso, le pida el alivio de sus dolores y el perdón de sus
culpas, y con una mirada dulce y llena de unción religiosa, le muestra su amor y su fe como
los títulos de su esperanza!

Así al acto de acostarnos como al de levantarnos, elevaremos nuestra alma a Dios;
y con todo el fervor de un corazón sensible y agradecido, le dirigiremos nuestras alabanzas,
le daremos gracias por todos sus beneficios y le rogaremos nos los siga dispensando. Le
pediremos por nuestros padres, por nuestras familias, por nuestra patria, por nuestros
bienhechores y amigos, así como también por nuestros enemigos, y haremos votos por la
felicidad del género humano, y especialmente por el consuelo de los afligidos y
desgraciados, y por aquellas almas que se encuentren extraviadas de la senda de la
bienaventuranza. Y recogiendo entonces nuestro espíritu, y rogando a Dios nos ilumine con
las luces de la razón y de la gracia, examinaremos nuestra conciencia, y nos propondremos
emplear los medios más eficaces para evitar las faltas que hayamos cometido en el
transcurso del día. Tales son nuestros deberes al entregarnos al sueño, y al despertarnos, en
los cuales, además de la satisfacción de haber cumplido con Dios y de haber consagrado un
momento a la filantropía, encontraremos la inestimable ventaja de ir diariamente
corrigiendo -nuestros defectos, mejorando nuestra condición moral y avanzando en el
camino de la virtud, único que conduce a la verdadera dicha.

Es también un acto debido a Dios, y propio de un corazón agradecido, el
manifestarle siempre nuestro reconocimiento al levantarnos de la mesa. Si nunca debemos
olvidarnos de dar las gracias a la persona de quien recibimos un servicio por pequeño que
sea, ¿con cuánta más razón no deberemos darlas a la Providencia cada vez que nos dispensa
el mayor de los beneficios, cual es el medio de conservar la vida?

En los deberes para con Dios se encuentran refundidos todos los deberes sociales
y todas las prescripciones de la moral; así es que el modelo de todas las virtudes, el padre
más amoroso, el hijo más obediente, el esposo más fiel, el ciudadano más útil a su patria...
Y a la verdad, ¿cuál es la ley humana, cuál el principio, cuál la regla que encamine a los
hombres al bien y los aparte del mal, que no tenga su origen en los Mandamientos de Dios,
en esa ley de las leyes, tan sublime y completa cuanto sencilla y breve? ¿Dónde hay nada
más conforme con el orden que debe reinar en las naciones y en las familias, con los
dictados de la justicia, con los generosos impulsos de la caridad y la noble beneficencia, y
con todo lo que contribuye a la felicidad del hombre sobre la tierra, que los principios
contenidos en la ley evangélica? Nosotros satisfacemos el sagrado deber de la obediencia a
Dios guardando fielmente sus leyes, y las que nuestra Santa Iglesia ha dictado en el uso
legítimo de la divina delegación que ejerce; y es éste al mismo tiempo, el medio más eficaz
y más directo para obrar en favor de nuestro bienestar en este mundo, y de la felicidad que
nos espera en el seno de la gloria celestial.

Pero no es esto todo: los deberes de que tratamos no se circunscriben a nuestras
relaciones internas con la Divinidad. El corazón humano, esencialmente comunicativo,
siente una inclinación invencible a expresar sus afectos por signos y demostraciones
exteriores. Debemos, pues, manifestar a Dios nuestro amor, nuestra gratitud y nuestra
adoración, con actos públicos que, al mismo tiempo que satisfagan nuestro corazón, sirvan
de un saludable ejemplo a los que nos observan. Y como es el templo la casa del Señor, y el
lugar destinado a rendirle nuestros homenajes, procuremos visitarlo con la posible
frecuencia, manifestando siempre en él toda la devoción y todo el recogimiento que inspira tan sagrado recinto.

Los sacerdotes, ministros de Dios sobre la tierra, tienen la alta misión de mantener
el culto divino y de conducir nuestras almas por el camino de la felicidad eterna. Tan
elevado carácter nos impone el deber de respetarlos y honrarlos, oyendo siempre con
interés y docilidad los consejos con que nos favorecen, cuando en nombre de su divino
maestro y en desempeño de su augusto ministerio nos dirige su voz de caridad y de
consuelo. Grande es sin duda la falta en que incurrimos al ofender a nuestros prójimos, sean
éstos quienes fueren; pero todavía es mucho más grave ante los ojos de Dios la ofensa
dirigida al sacerdote, pues con ella hacemos injuria a la Divinidad, que le ha investido con
atributos sagrados y le ha hecho su representante en este mundo. Concluyamos, pues, el
capítulo de los deberes para con Dios, recomendando el respeto a los sacerdotes, como una
manifestación de nuestro respeto a Dios mismo, y como un signo inequívoco de una buena
educación moral, y religiosa.

Manuel A. Carreño. 



Thursday, September 29, 2016

CÓMO PODEMOS CONOCER SI OBRAMOS CON DESCONFIANZA EN NOSOTROS MISMOS Y CON CONFIANZA EN DIOS

Muchas veces las almas que creen ser lo que no son, se imaginan que ya
consiguieron la desconfianza en sí mismas y la suficiente confianza en Dios, pero es
un error y un engaño que no se conoce bien sino cuando se cae en algún pecado,
pues entonces el alma se inquieta, se desanima, se aflige y pierde la esperanza de
poder progresar en la virtud; y todo esto es señal de que no puso su confianza en
Dios sino en sí misma, si su desesperación y su tristeza son muy grandes, esto es
un argumento claro de que confiaba mucho en sí y poco en Dios.

Diferencia: quien desconfía mucho de sí mismo, de su debilidad e inclinación al mal
y pone toda su confianza en Dios, cuando comete alguna falta no se desanima, ni
se inquieta demasiado, ni se desespera, porque conoce que sus faltas son un efecto
natural de su debilidad y del poco cuidado que ha tenido en aumentar su confianza
en Dios; antes bien, con esta amarga experiencia aprende a desconfiar más de sus
propias fuerzas y a confiar con mayor humildad en la bondad de Nuestro Señor,
aborreciendo con toda su alma las faltas cometidas y las pasiones desordenadas
que llevan a cometer esos errores; pero su dolor y arrepentimiento son suaves,
pacíficos, humildes, llenos de confianza en que la misericordia divina le tendrá
compasión y le perdonará; vuelve otra vez a sus prácticas de piedad y se propone
enfrentarse a los enemigos de su salvación con mayor ánimo, más fuerza y sacrifico
que antes.

Una causa engañosa: en esto es importante que piensen y consideren algunas
personas espirituales que cuando caen en alguna falta se afligen y se desaniman
con exceso, muchas veces, quieren más librarse de la inquietud y pena que su
pecado les proporciona, que por recuperar otra vez la plena amistad con Dios; y si
buscan rápidamente al confesor no es tanto por tener contento a Nuestro Señor,
sino por recuperar la paz y tranquilidad de su espíritu (por eso cierto confesor a una
religiosa que le decía que había gritado esa tarde a su superiora, le dijo: "Por hoy
no se confiese todavía. Aguarde a que pasen tres días y cuando le haya pedido
excusas a su superiora venga a pedir perdón por medio de su confesor". Así evita
aquel sacerdote que esa alma buscará sólo obtener su propia paz y tranquilidad, en
vez de buscar primero hacer la paz y amistad con Dios y con la persona ofendida).

Preguntas muy importantes: cada cual debe preguntarse de vez en cuando:
¿cuál es la causa de la tristeza que siento por haber pecado? ¿El haber disgustado
al buen Dios? ¿El haber hecho daño a los demás? ¿El haber afeado horriblemente
mi alma que está siendo observada por Dios y sus ángeles? ¿El haber perdido un
grado de brillo y de gloria para la eternidad? ¿El haberme acarreado un castigo más
para el día en que el Justo Juez pague a cada uno según sus obras y según su
conducta? ¿O simplemente lo que me entristece es que mi amor propio y mi orgullo


quedaron heridos? ¿O que mi apariencia de santidad quedó disminuida? Importante
preguntarse esto muchas veces.

Tuesday, September 27, 2016

LOS MEDIOS PARA CONSEGUIR LA CONFIANZA EN DIOS.

El cuarto y último remedio para que logremos al mismo tiempo adquirir
desconfianza en nuestras solas fuerzas y gran confianza en Dios, es que cuando
nos proponemos hacer alguna obra buena o conseguir alguna virtud o cualidad
fijemos nuestra atención primero en la propia miseria, debilidad y luego en el
enorme poder de Dios y en el deseo

infinito que tiene de ayudarnos y así equilibráremos el temor que nos viene de
nuestra incapacidad y de la inclinación hacía el mal, con la seguridad que nos
inspira la ayuda poderosísima que el buen Dios nos quiere enviar, y nos determinaremos
a obrar y combatir valientemente. "Yo, más mis fuerzas y
capacidades, igual: nada. Pero yo, mis fuerzas, mis capacidades, más la ayuda de
Dios, igual: éxitos incontables. "No es que nosotros mismos podamos nada, dice
san Pablo: toda nuestra suficiencia viene de Dios". La autosuficiencia orgullosa
lleva al fracaso. La humilde confianza en Nuestro Señor consigue éxitos
formidables.

Las tres fuerzas: con la desconfianza en nosotros mismos y la confianza en
Dios, unidas a una constante oración seremos capaces de hacer obras grandes y
de conseguir victorias maravillosas. Hagamos el ensayo y veremos efectos
inesperados.

Pero si no desconfiamos en nuestra miseria y no ponemos toda la confianza en
la ayuda de Dios, y si descuidamos la oración, terminaremos en tristes derrotas
espirituales. Cuanto más confiemos en Dios, más favores suyos recibiremos.
Recordemos siempre lo que el Señor le dijo a una gran santa: "No olvides que Yo
tengo poder y bondad para darte mucho más de lo que tú puedes atreverte a
pedir o a desear". Es lo que san Pablo había enseñado ya hace tantos siglos (Ef
3, 20).

SEÑOR: DICHOSOS LOS QUE CONFÍAN EN TI (SAL 83)

Monday, September 26, 2016

LOS MEDIOS PARA CONSEGUIR LA CONFIANZA EN DIOS.

El tercer remedio para conseguir una gran confianza en Dios es repasar de
vez en cuando lo que dice la Sagrada Escritura acerca de lo importante que es
confiar en Nuestro Señor. Por ejemplo el Salmo 2 dice: "Dichosos serán los que
confían en Dios". Y el Salmo 19 afirma: "Unos confían en sus bienes de fortuna.
Otros en sus armas defensivas. Nosotros en cambio confiamos en Dios e
imploramos su ayuda, mientras los otros caen derribados, nosotros logramos
permanecer en pie". Y el salmista añade después: "Señor: porque confío en Tí,
por eso no seré confundido eternamente" (Sal 24). Los que confían en Dios no
serán rechazados por Él (cf. Sal 33). Quien confía en Dios verá que Él actuará
en su favor. Soy viejo y nunca he visto que alguien haya confiado en Dios y haya
fracasado (cf. Sal 36). Quienes confían en el Señor son como el Monte Sión, no
serán conmovidos ni derribados por los ataques ni las contrariedades (cf. Sal 124).
Quien confía en Dios será bendecido, prosperará y será feliz (cf. Pr 28).

77 veces dice la Sagrada Escritura que para quien pone su confianza en Dios
vendrán bendiciones, felicidad, paz, progreso y bendición. Si lo dice 77 veces es
que esto es demasiado importante para que se nos vaya a olvidar.

Por eso el profeta exclamó: "A¿Sabes a quiénes prefiere el Señor?  A los que
confían en su misericordia". Jamás alguna persona ha confiado en Dios y ha sido
abandonada por Él (cf. Ecl 2, 11).

Sunday, September 25, 2016

LOS MEDIOS PARA CONSEGUIR LA CONFIANZA EN DIOS

Cuatro son los medios para lograr progresar en la confianza en Dios.

El primero: pedirla muchas veces y con humildad, en nuestra oración. Jesús
prometió: "Todo el que pide recibe. Mi Padre dará el buen espíritu a quien se lo
pida" (Lc 11, 11).

El segundo medio es: pensar en el gran poder de Dios y en su infinita
bondad, que lo mueve a conceder siempre mucho más de lo que se le suplica.
Recordar lo que el ángel le dijo a la Virgen María: "ninguna cosa es imposible
para Dios" (Lc 1, 38).

Es muy provechoso pensar de vez en cuando que Dios por su inmensa bondad y
por el exceso de amor con que nos ama, está siempre dispuesto y pronto a darnos
cada hora y cada día todo lo que necesitemos para la vida espiritual y para
conseguir la victoria contra el egoísmo y las malas inclinaciones, si le pedimos con
filial confianza. El Salmo 145 dice: "Dios satisface los buenos deseos de sus
fieles".

ALGO QUE CONVIENE RECORDAR

Para aumentar la confianza en Nuestro Señor, pensemos que por 33 años ha vivido
en esta tierra en medio de sacrificios y sufrimientos, para lograr salvar nuestra alma.
Recordemos que cada uno de nosotros somos la oveja extraviada que por sus
imprudencias se alejó del rebañe del Señor, y Él nos ha venido llamando noche y
día para que volvamos a ser del grupo de los que lo van a acompañar en el cielo
para siempre. Sudor, sangre y lágrimas ha tenido que derramar para obtener que
volvamos a ser del número de sus ovejas fieles. Sí por una oveja que se extravió se
arriesgó a ir tan lejos a buscarla, ¿cuánto más nos ayudará a quienes lo buscamos
y clamamos e imploramos su ayuda? Cuando escucha que la oveja brama desde el
precipicio donde ha caído, temerosa de los aullidos de los lobos que ya se
escuchan a lo lejos, el buen Pastor corre a protegerla y defenderla. Y no la humilla,
ni la golpea, ni le echa en cara su imprudencia, sino que cariñosamente la lleva
sobre sus hombros hasta donde está el grupo de las ovejas que han permanecido
fieles. Consideremos que nuestra alma está representada en esa pobre oveja, a la
cual Jesús se interesa inmensamente por salvarla de los peligros del mundo, del
demonio y de la carne, trata cada día de llevarla a la santidad.

La moneda perdida. Narraba Jesús el caso de aquella mujer a la cual se le
perdió una moneda de plata, lo que equivalía al mercado de un día para la familia y
ella se dedica a barrer la casa y a sacudir esteras y muebles hasta que logra
encontrarla, muy contenta invita a las vecinas a que la feliciten por la gran alegría
que siente al haber recuperado la moneda perdida. Y Jesús en ese hermoso
capítulo 15 del Evangelio de san Lucas en el cual narra estas parábolas, nos habla
de que en el cielo, Dios y sus ángeles sienten gran alegría por un alma que estaba
ya pérdida y que vuelve a recuperarse para el Reino de Dios. También Dios siente
la alegría de encontrar lo que se ha perdido. Y cada uno de nosotros puede proporcionarle
esa alegría al retornar otra vez en nuestra vida de pecado a la vida de
gracia y santidad. Y el más interesado en que esto suceda es nuestro Divino
Salvador.

Estoy a la puerta y llamo. En el Libro del Apocalipsis dice Jesús: "He aquí que
estoy a la puerta y llamo. Si alguien me abre la puerta de su alma, entraré y
cenaremos juntos" (Ap 3, 21). Con esto demuestra Nuestro Señor el gran deseo
que Él tiene de vivir en nuestra alma, dialogar con nosotros y regalarnos sus dones
y gracias. Y si viene con tan buena voluntad, ¿no nos concederá los favores que
deseamos?

LOS MEDIOS PARA CONSEGUIR LA CONFIANZA EN DIOS

Cuatro son los medios para lograr progresar en la confianza en Dios.

El primero: pedirla muchas veces y con humildad, en nuestra oración. Jesús
prometió: "Todo el que pide recibe. Mi Padre dará el buen espíritu a quien se lo
pida" (Lc 11, 11).

El segundo medio es: pensar en el gran poder de Dios y en su infinita
bondad, que lo mueve a conceder siempre mucho más de lo que se le suplica.
Recordar lo que el ángel le dijo a la Virgen María: "ninguna cosa es imposible
para Dios" (Lc 1, 38).

Es muy provechoso pensar de vez en cuando que Dios por su inmensa bondad y
por el exceso de amor con que nos ama, está siempre dispuesto y pronto a darnos
cada hora y cada día todo lo que necesitemos para la vida espiritual y para
conseguir la victoria contra el egoísmo y las malas inclinaciones, si le pedimos con
filial confianza. El Salmo 145 dice: "Dios satisface los buenos deseos de sus
fieles".

ALGO QUE CONVIENE RECORDAR

Para aumentar la confianza en Nuestro Señor, pensemos que por 33 años ha vivido
en esta tierra en medio de sacrificios y sufrimientos, para lograr salvar nuestra alma.
Recordemos que cada uno de nosotros somos la oveja extraviada que por sus
imprudencias se alejó del rebañe del Señor, y Él nos ha venido llamando noche y
día para que volvamos a ser del grupo de los que lo van a acompañar en el cielo
para siempre. Sudor, sangre y lágrimas ha tenido que derramar para obtener que
volvamos a ser del número de sus ovejas fieles. Sí por una oveja que se extravió se
arriesgó a ir tan lejos a buscarla, ¿cuánto más nos ayudará a quienes lo buscamos
y clamamos e imploramos su ayuda? Cuando escucha que la oveja brama desde el
precipicio donde ha caído, temerosa de los aullidos de los lobos que ya se
escuchan a lo lejos, el buen Pastor corre a protegerla y defenderla. Y no la humilla,
ni la golpea, ni le echa en cara su imprudencia, sino que cariñosamente la lleva
sobre sus hombros hasta donde está el grupo de las ovejas que han permanecido
fieles. Consideremos que nuestra alma está representada en esa pobre oveja, a la
cual Jesús se interesa inmensamente por salvarla de los peligros del mundo, del
demonio y de la carne, trata cada día de llevarla a la santidad.

La moneda perdida. Narraba Jesús el caso de aquella mujer a la cual se le
perdió una moneda de plata, lo que equivalía al mercado de un día para la familia y
ella se dedica a barrer la casa y a sacudir esteras y muebles hasta que logra
encontrarla, muy contenta invita a las vecinas a que la feliciten por la gran alegría
que siente al haber recuperado la moneda perdida. Y Jesús en ese hermoso
capítulo 15 del Evangelio de san Lucas en el cual narra estas parábolas, nos habla
de que en el cielo, Dios y sus ángeles sienten gran alegría por un alma que estaba
ya pérdida y que vuelve a recuperarse para el Reino de Dios. También Dios siente
la alegría de encontrar lo que se ha perdido. Y cada uno de nosotros puede proporcionarle
esa alegría al retornar otra vez en nuestra vida de pecado a la vida de
gracia y santidad. Y el más interesado en que esto suceda es nuestro Divino
Salvador.

Estoy a la puerta y llamo. En el Libro del Apocalipsis dice Jesús: "He aquí que
estoy a la puerta y llamo. Si alguien me abre la puerta de su alma, entraré y
cenaremos juntos" (Ap 3, 21). Con esto demuestra Nuestro Señor el gran deseo
que Él tiene de vivir en nuestra alma, dialogar con nosotros y regalarnos sus dones
y gracias. Y si viene con tan buena voluntad, ¿no nos concederá los favores que
deseamos?

Tuesday, September 20, 2016

LA CONFIANZA EN DIOS

Aunque la desconfianza en nosotros mismos es tan importante y tan necesaria
en este combate, sin embargo si lo único que tenemos es esa desconfianza,
seguramente vamos a ser desarmados y derrotados por los enemigos espirituales.

Es absolutamente necesario que tengamos una gran confianza en Dios, que
es el autor de todo lo bueno que nos sucede y del único del cual podemos esperar
las victorias en el campo espiritual. Porque así como por nosotros mismos lo que
vamos a conseguir serán frecuentes faltas y peligrosas caídas lo cual nos debe
llevar a vivir siempre desconfiando en nuestras solas fuerzas así también podemos
estar seguros que de la ayuda de Dios y de su gran bondad podemos esperar
victoria contra los enemigos de nuestra salvación, progreso en la virtud y
crecimiento en perfección, si desconfiando de la propia debilidad y de las malas
inclinaciones que tenemos y confiando grandemente en el poder divino y en el
deseo que Nuestro Señor tiene de ayudarnos, le rogamos con todo el corazón que
venga a socorrernos.

Monday, September 19, 2016

CONDICION SIN LA CUAL NO

Si no aceptamos que nos desprecien y nos humillen, no conseguiremos jamás la
desconfianza en nosotros mismos, porque ésta se basa en la verdadera humildad la
cual nunca se consigue sin recibir humillaciones y se basa también en un
reconocimiento sincero de que por nosotros mismos no merecemos sino desprecio
y humillación.

No aguardar para cuando sea demasiado tarde. Es mejor ir aceptando las
pequeñas humillaciones que nos van llegando a causa de las debilidades y miserias
cada día, y que no nos suceda como a las personas muy orgullosas y creídas que
solamente abren los ojos para reconocer su debilidad y malas inclinaciones cuando
les suceden grandes y vergonzosas caídas. Les sucede lo que decía san Agustín:
"Temo que vas a caer en faltas que te humillarán mucho, porque noto que tienes
demasiado orgullo".

Cuando Dios ve que los remedios más fáciles y suaves no producen efecto para
hacer que una persona reconozca su incapacidad para resistir con sus solas
fuerzas contra los ataques del mal y conseguir su santificación, permite entonces,
que le sucedan caídas en pecado, las cuales serán más o menos frecuentes y más
o menos graves, según sea el grado de orgullo y presunción que esa alma tenga. Y
si hubiera una persona tan exenta y libre de esa vana confianza en sus propias
fuerzas, como por ejemplo la Santísima Virgen María, lo más seguro es que no
caería jamás en falta alguna.

Buena consecuencia. De todo esto debes sacar la siguiente conclusión: que
cada vez que caigas en alguna falta reconozcas humildemente que por tu propia
cuenta sin la ayuda de Dios, no eres capaz ni siquiera de fabricar un buen
pensamiento o de resistir a una sola tentación y le pidas al Señor que te conceda su
luz e iluminación para convencerte de tu propia nada y de la necesidad absoluta e
indispensable que tienes de la ayuda divina; y te propongas no presumir ni pensar
vanamente que por tu propia cuenta vas a conseguir la santidad o la virtud. Porque
si te crees lo que no eres y te imaginas que podrás lo que no puedes, seguramente
seguirás cayendo en las mismas faltas de antes y quizás hasta las cometas aún
peores.

Friday, September 16, 2016

LA DESCONFIANZA QUE SE HA DE TENER DE SI MISMO

El cuarto remedio consiste en que cuando caemos en alguna falta, reflexionemos
acerca de cuán grande es nuestra debilidad e inclinación al mal, y pensemos que
probablemente Dios permite las culpas y caídas para iluminarnos mejor acerca de
la impresionante incapacidad que tenemos para conseguir por la propia cuenta la
santificación y aprendamos así a ser humildes y reconocer las limitaciones y
aceptar ser menospreciados por los demás.

Thursday, September 15, 2016

LA DESCONFIANZA QUE SE HA DE TENER DE SI MISMO

Hay un tercer remedio para adquirir la desconfianza en sí mismo (respecto al
lograr conseguir por nuestra propia cuenta la santidad) y consiste en acostumbrarse
poco a poco a no fiarse de las propias fuerzas para lograr mantener el alma sin
pecado, y a sentir verdadero temor acerca de las trampas que nos van a presentar
nuestras malas inclinaciones que tienden siempre hacía el pecado; a recordar que
son innumerables los enemigos que se oponen a que consigamos la perfección, los
cuales son incomparablemente más astutos y fuertes que nosotros y aun logran
hacer lo que ya temía san Pablo:

"Se transforman en ángeles de luz, para engañarnos" (1Co 11, 14)
 y con apariencia de que nos están guiando hacía el cielo nos ponen trampas contra nuestra salvación.

Con el salmista podemos repetir:
"¡Cuántos son los enemigos de mi alma, Señor! Y la odian con odio cruel".  Y no nos
queda sino repetirle la súplica del Salmo 12:

"Señor: ¿Hasta cuándo van a triunfar los enemigos de mi alma? Que no pueda decir mi enemigo: le he vencido: "Qué no se alegren mis adversarios de mi fracaso".